En el último pétalo de la margarita,
esa que ilusamente deshojamos,
te encontré paciente y despistado.
Sentí que tu mirada seguía mis pasos
tu aliento daba sentido a mi respiración
y tu voz era un susurro emocionado.
Me detuve por casualidad, tal vez cansada
y decidí prestarte una atención acompasada.
Me fascinaron tus manos
y de ellas espere tiernas caricias,
tus ojos como tímida luciérnaga
alumbraron la tiniebla que me habita.
Tu alegre caminar
elevo mis vacios a la nube más alta,
me colgaste del halo de tu risa
y acunaste mi niebla con tu dulce sonrisa.
Tu infinita sencillez
te da un brillo estelar
eres… el que siempre espere.
Te miro y admiro
soy ahora una espectadora
de tu quehacer diario,
contenta y serena veo pasar las horas.
Y doy gracias y canto
pues me siento agraciada
de tenerte en mi vida
de compartir tu estancia.